No soporto
lo que ocurre bajo mi piel,
menos aún en mi cabeza.
A cada momento
una pared
es incrustada por un cenicero
que hace las veces
de mi ser, una saeta.
Invoco a la implosión y al vacío
a que me lleven lejos
del centro de mi mismo
y quizás entonces
perdonarme y olvidarme.
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