lunes, noviembre 24

Dencorub y Anticuchos

Cuando H. estaba regresando a casa pudo sentir, sin ningún aviso previo, un breve olor en el aire. No se detuvo pero su caminata volviose distinta. Pudo recordar algún pasaje alegre de su niñez, no supo bien cual, tampoco ubicó nada específico; sólo esa inmensa sensación de alegría infantil, de sudor y correteo. Una sensación de bosque y destello lo invadió, después no pudo recordar más, el olor pasó y caminó el pequeño trecho lo separaba de su casa.

sábado, noviembre 22

Sueño con un zorro

No, no conozco nada

de los páramos,

ni de fango de pantano.


Sólo visito de vez en cuando

una árida llanura

dónde en un árbol

habita un zorro.


Y le cuento, al zorro,

ficciones de los hombres.


Pero nada sé de zorros.


Estoy, casi siempre,

confuso por

haber olvidado esa línea

muy cerca de un árbol

en la árida llanura.

martes, noviembre 18

No conozco el método del sol


Surgen del bosque

pequeñas luces que lo recorren

silenciosas.


Y nada dices mientras tanto,


así te dancen mis demonios amarillos.


En cambio yo

no dejo de hablarle a la sombra

de tu espalda.


Trae el viento melodía

antigua

de harmónica y guitarras.


Y nada dices tampoco,


así te llore el bosque entero.



Dime por favor:

¿cómo hace el sol

para brillar en tus ojos?

jueves, noviembre 6

Fragmento de "Los Gatos"

La calle, dispuesta en tono de grises, se dispuso para los muchachos. Corría un viento ligero, frío y humedecido. Les vino bien ese aire frío, tenían calor y las chaquetas en los brazos. Estaban en la ribera, sentados en una banca frente a los edificios más grandes, de su lado del río estaban los almacenes y las pequeñas fábricas. Su asunto estaba a unas cuadras. Ninguno decía nada, prendían cigarrillos pasándose un fósforo que dejaban se consumiese hasta el final en la última mano que lo tenía. Esperaron que una pareja se fuera y cuando no hubo nadie en toda la ribera visible entraron rítmicamente en las calles.

Caminaron ligeros tres cuadras hacia dentro y luego dos a la izquierda. Llegaron al almacén y uno de ellos los reunió. Un minuto luego todos partieron para hacer sus labores. En una danza se ocuparon de todo. Uno trepó como gato hacia el techo por un lado del edificio, dos se encargaron de vigilar, recorrían metódicamente un perímetro para observar todos los eventos posibles. Los demás abrieron pacientemente una de las puertas laterales. No tardaron mucho en entrar, al hacerlo el que había trepado los estaba esperando con un cigarrillo en la mano, sonreía y sus ojos estaban totalmente abiertos. Uno sacó unas linternas de una mochila, las repartió y todos recorrieron el lugar por caminos distintos. Recogieron todo lo que pudieron. Barbitúricos, anfetaminas, metanfetaminas, drogas para la tos, sedantes de animales, calmantes de dolores de todos los tipos. Uno incluso llegó a una gaveta dónde encontró éter. No pasaron más de dos minutos y todos se hallaban volviendo para la puerta. Los haces de luz de las linternas daban vueltas por el almacén, los pasos ligeros y el movimiento parecían encajar con el juego de luces. Al encontrarse apagaron las luces y salieron rápidamente por la puerta principal. Dos silbidos largos, uno corto y uno largo nuevamente y todos se reunieron. Miraron el edificio y echaron a correr.

Volverían luego, una semana y media después, para robar nuevamente el local. Alguien sugirió no hacerlo.


Henry A. Rubens