Muerto el mundo
queda viva la peste.
Nosotros allí,
entre las ruinas
admirando callados
la forma pura
compuesta plenamente
por la luz
entre las sombras.
Ciérrate abismo mío
ten en cuenta mis párpados
abiertos y empastados
por el reflejo del río.
Mira y calla
mi ascenso tardío.
Acompasado
como luz bajo el agua
que reitera
en atravesar
los espacios húmedos
y sosegados
de tu incesante
luz hecha cuerpo.
Tres navíos más,
todos hechos de vela
fotosensible
levantan peso,
el de mi cama y mi
cuerpo asombrado
casi acongojado
pernoctado y descuidado
me entrego
derechito
con prisa justa
que apura el tiempo.
Llevaré una vida agitada
por los vientos estelares,
las figuras espectrales
y su sabor de empapada,
toda la quietud embalsamada
en pedazos de tu piel
serán mi almohada.